¡Feliz inicio de otro nuevo año lunar!

La última vez que decidí teclear por aquí y publicar algo fue cuando llegaba el otoño a mi vida el año pasado. Hoy lo estoy haciendo porque, de nuevo, la luna me regala la alegría de poder darle otro impulso más a mi existencia. Un impulso de cambio, y también espero que de renovación, para poder iniciar otra etapa de mi vida. A principios de diciembre del pasado año solar, me avisaron que me iba que tener que cambiar de domicilio. Ese fue la primera llamada para asumir que el cambio, ese anhelado cambio de vida y de rutinas, estaba llamando finalmente a mi puerta. Pero no por anhelado significa que no me encuentre batallando yo con todo eso que el cambio implica para alguien a quien ponerse en marcha le cuesta mucho más que a cualquier otra persona. Ponerse en marcha y sostener esa marcha, aclaro, porque si la presión dura más allá de mi resistencia, la vida suele tornárseme muy caótica y, por ende, muy poco disfrutable. Por eso, y para poder ejercer cierto control sobre mi misma, decidí que no me iba a presionar desde adentro cuando la situación exterior estaba aumentando considerablemente la presión sobre mí. Así pues, decidí a enfocarme en cada paso que daba y en olvidarme del cambio que se me venía encima de manera inevitable, todo por no sentirme abrumada hasta el punto de la inmovilización. El resultado fue que nada parecía estar sucediendo ni afuera, ni adentro y eso me ha llevado al punto que siempre deseo evitar pero que nunca logro contener: los benditos pensamientos catastrofistas. Enero, el último mes de este calendario lunar, tuvo esa naturaleza densa y bovina muy poco proclive al movimiento. Por más que trataba de moverme, la sensación era la misma que cuando uno quiere librarse de un pozo de arenas movedizas. Así estuve durante todo este último mes hasta que llegó el inicio de esta semana. No voy a decir que la vida, de repente, recuperó su color y su sabor para mí, pero si sentí que algo se desatrancó y empezó a moverse hacía un lugar en específico; en concreto, el lugar que parecía necesitar (no tanto querer y desear como necesitar).

El inicio del año nuevo lunar suele realizarse entre enero y febrero coincidiendo siempre con la luna nueva del signo zodiacal de Acuario en occidente. Es un día que suele marcar la mitad del ciclo entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera. Un día donde diversas culturas del hemisferio norte de nuestro planeta han celebrado fiestas importantes que tienen que ver con el anuncio de la llegada de otra estación, en este caso de la floración de la primavera y del buen tiempo. Así, en oriente, el festival que arranca con la llegada del año nuevo lunar, se le denomina: «Festival de Primavera» aunque, en realidad, el clima siga siendo frío, a veces siga nevando y solo unos pocos árboles se atrevan a echar unas cuantas flores pálidas. Sin embargo, esas señales son lo suficientemente fuertes como para que la gente que habita en estos lugares, absolutamente invernales, se sientan arropados por la esperanza del cambio de clima de la siguiente temporada. Y quien dice cambio de clima, dice también de cambio de circunstancias y de propósitos, ¿por qué no? Así pues, para mí, estas fechas tienen un sabor muy marcado a cambio, intento de cambio o deseo del mismo mientras elucubras que hacer para conseguir eso que quieres. Febrero, a pesar de su brevedad, es un mes para pensar en la proximidad del buen tiempo y en lo que el buen tiempo te provoca imaginar. Aun no hablamos de los calores tórridos del verano y de esa tendencia a no hacer nada o hacer menos de lo que solemos hacer en otros momentos del años, hablamos de ese: «ni frío, ni calor» que es tan propio de la primavera. Claro, la secuencia de las cuatro estaciones se altera debajo de la línea del trópico y, como no suelo cansarme de repetir, aquí en el altiplano mexicano, al frío seco del invierno le sigue el calor seco del verano tropical que empieza cuando en otras partes apenas le están dando la bienvenida a esa primavera «sui generis» provocada por el cambio climático. Pero, me estoy adelantando. Hoy que apenas comenzamos este mes chiquitito que se llama febrero por estos lares en los que vivo, he empezado a sentir que el año se despereza al fin. Que al fin se empieza a mover y que no tardará en agarrar un ritmo entre el trote y el galope que nos mantendrá muy ocupados con nuestras cosas.

Y bueno, quien piense que lo que acabo de escribir nos librará de sustos y trompicones, está muy equivocado pues la naturaleza del año que apenas comienza a arrancar es tal que, una vez que agarre su ritmo, no nos dejará ya descansar sin que eso hable de buenos o malos resultados, sino de algo diferente: acción y cambios. En un año como éste la mayoría de nosotros estaremos oteando el futuro mientras tratamos de intuir por donde nos llega el golpe; así pues, no nos sentiremos proclives a descansar por aquello de : «camarón que se duerme, se lo lleva la corriente» cuando lo que queremos (y creemos necesitar) es estar alerta para aprovechar las muchas o pocas oportunidades que podamos detectar a nuestro alrededor. Los avispados y entrenados en estas lides de vivir «tiempos interesantes» serán como los pescadores inmersos en un gran río revuelto. Los demás navegarán dificultosamente en un río lleno de rápidos y remolinos que los golpearán, si, pero sin duda los enseñarán a sobrevivir en medio de la lucha. Un año pues para echar mano de la poca o mucha fortaleza interna que tengamos y, junto con la fortaleza, no clavarnos en la textura de la dificultad. Personalmente, me preparo para cambios y sorpresas de toda índole tratando de echar mano de cierta flexibilidad, paciencia y calma para poder revirar cuando sea necesario o, simplemente, dejar pasar las cosas con las que no debiera enredarme. Será un año de revisar, revalorar y rehacer, un año que no me dará tregua a la hora de obligarme a concretar, si no todo, si parte de lo que he venido deseando desde hace mucho. Un año felino lleno de acción y poco descanso para contrarrestar el año bovino y denso que acaba de concluir. ¿Será un mal año?, no lo creo, más bien creo que dependará de cada quien hacerlo bueno o malo según nuestras acciones y las decisiones que tomemos durante él.

Días de otoño

Aunque aun es agosto, por aquí, la atmósfera otoñal empieza a llamar a la puerta. Toc, toc. La luz cambia, el ambiente se torna un poco más frío y el aire toma ese filtro de transparencia tan de la Ciudad de México. Me gusta el ambiente y me dan ganas de pasear disfrutando de la atmósfera. Eso fue lo que hice en la mañana y eso es lo que quiero dejar consignado aquí. El otoño siempre ha sido una época especial para mí, una época para mover los interiores, reales o imaginarios, y darles una nueva cara o aspecto. Una época de creación, goce y disfrute. En España era una época de comienzos para mí, o de recomienzos, si soy más exacta. Aquí, en México, es la promesa de días más secos aunque más fríos. Cuando llega agosto y me doy cuenta de que la luz deja de ser rabiosamente blanca y deslumbradora para volverse, poco a poco, dorada y mágica, mi corazón brinca y empieza a hacer planes que van siempre hasta diciembre, nunca más allá, porque en diciembre llegan esas dos semanas de vacaciones en las que mi tiempo es mío y puedo hacer con él lo que se me pega mi regalada gana obviando, claro está, lo que debería de hacer que siempre, ¡siempre!, queda pendiente para el siguiente año. Por eso, estos meses son, para mí, meses de renovación y de movimiento. Además de ser días de celebraciones, claro está. En México, no me cansaré de repetirlo, los mejores días, para mí, son los del otoño que se empalman con el invierno y después con el verano mexicano que llega de inmediato sin que se conozca propiamente el tránsito de la primavera. En fin…

¿Qué sucederá este otoño?. No lo sé. Hace años consideraba que era necesario tener que agendar planes y proyectos que cumplir religiosamente pero, hoy por hoy, agendo poco porque poco es lo que tengo la certeza de que se llevará a cabo de la manera en como me gustaría o simplemente en como me propongo llevar a cabo. Hoy por hoy prefiero mentalizarme con respecto a sí, me gustaría cumplir con esto, claro, pero me muestro más flexible con respecto a los tiempos. Si no puedo o no estoy de ánimo para que pueda ser hoy, ya será mañana y si ese mañana nunca llega, tampoco es importante. Por supuesto, hay cosas que no exigen demora en su cumplimiento pero hay otras muchas que pueden quedar por siempre en el limbo de lo que me gustaría hacer sin que pasé absolutamente nada por no haberlo hecho. ¿Por qué escribo esto?, porque creo que esto es parte de saber priorizar y así poder apreciar mejor el fluir de la vida sin convertirte en un salmón luchando contra la corriente del río para poder desovar y morir como única meta en tu existencia. Si, he cambiado y me gusta.

¿Cuáles son mis planes, mis proyectos, mis propósitos o mis metas hoy cara a estos meses finales de este 2021?. Lo primero, dejar de conflictuarme con respecto a mi futuro (trabajo que ya llevo algo avanzado) y así poder disfrutar de este maravilloso otoño. Lo segundo: seguir reestructurando mi día a día para poder encontrar ese punto de equilibrio que me permita gozar de mi tiempo y de lo que quiero hacer con él. Y tercero: gozar mi curiosidad y mi creatividad que son las que me empujan a conocer cosas nuevas e intentar integrar ese nuevo conocimiento a mi vida asumiendo formas concretas. Todo esto me puede dar esa sensación de movimiento que tanto ansío y me gusta. Pues bien, solo debo ponerme manos a la obra para lograr que los resultados, aunque sean pocos, sean de calidad y me satisfagan cubriendo mis necesidades interiores. Esto es lo que me gustaría conseguir y concretar este otoño. Por principio de cuentas, estoy dejando atrás lo que ya no me resulta importante como por ejemplo es mi permanencia en las redes sociales. ¿Significa esto que voy a cerrar mis sitios dedicados al contacto con los otros?, no, ciertamente no, pero ya no me voy a dedicar a permanecer en ellas de manera continua. Solo ingresaré cuando necesite hacerlo y comentaré lo que me suscite algún comentario pues me he dado cuenta que tanto Facebook como Instagram se parecen cada vez más y ya he llegado al punto de aburrirme enormidades cuando entro. Así que estoy dándome tiempo para explorar lo que la red tiene que ofrecerme en estos momentos en términos audiovisuales y tratando de regresar al mundo de la escritura que es, singularmente, en el que mejor me desenvuelvo. Tal vez muchos consideren que no es precisamente la mejor decisión si es que quiero ser vista o notada pero, en lo particular, no me interesa tanto eso como el poder comunicarme de un modo auténtico con quienes me conocen o puedan llegar a conocerme. Toda aplicación es una herramienta, un medio, y no un fin en si misma ya que el fin es la anhelada comunicación con el otro y la retroalimentación que, hoy por hoy, no es precisamente algo en lo que reparemos ni parezca interesarnos (me refiero al tipo de retroalimentación que estamos recibiendo). En fin, supongo que este tema necesitaría una entrada o página aparte.

Bienvenido pues sea el otoño y, si, espero que este año me deje más, mucho más de lo que me dejaron los otoños de los años recientes.

Mis sesenta años

La vida es sin duda un viaje interesante que, como todo viaje tiene, un inicio y un fin. Un fin que desconocemos pero que no por ello nos tiene por qué amargar el trayecto. Un viaje con estaciones en las cuales solemos bajar a estirar las piernas y a deambular para conocer un poco el entorno. Un viaje maravilloso con paisajes increíbles y en los que solemos tomar los vehículos que nos dan nuestra regalada gana para conocer los alrededores sin apartarnos del camino. Si, eso es la vida, y mucho más, por supuesto. Las primeras etapas de ese viaje suelen ser lentas pues apenas estamos aprendiendo a desplazarnos y a conocer lo que necesitamos para seguir por el camino. A veces es un camino largo con trayectos penosos y con trayectos luminosos y disfrutables. A veces es un camino que se corta abruptamente y ya no sigue más para allá. La vida es así, con rectas y curvas, con valles y puertos de montaña. Los paisajes cambian. Las personas que te acompañan en el trayecto, cambian. La atmósfera y el entorno cambian. ¡Hasta el clima cambia! En fin… ¿Por qué empiezo así esta entrada?, porque esta noche, en uno de esos nada infrecuentes ya momentos de vigilia, me puse a pensar en que ya tenía sesenta años y que, por ende, llevaba ya muy avanzado el trayecto de mi camino vital. Y como sucede cuando la noche es dueña y señora de la situación, me asaltaron pensamientos tan diáfanos como opresivos. No pensé en lo que se quedaba atrás pues no me gusta regresar a lo que ya está fijo en el tiempo sin posibilidades de ser alterado. Pensé en el camino que me quedaba por transitar al frente y hacia adelante, y entonces lo vi más corto del que llevo recorrido y comencé comerme el «coco» con una especie de angustia que ya es una vieja conocida mía desde hace, por lo menos, casi siete años. Si, soy una persona muy consciente de mi situación y siempre lo he sido, no es un asunto de ahora, ha sido un asunto de toda mi vida desde que tengo memoria. Llevo mal el asunto de las sorpresas, aunque en mi vida no han faltado, y siempre he considerado que uno debe de prepararse para lo que viene de manera ineludible, para lo que va pasar si o si. Sin embargo, en esta estación de mi vida me estoy dando cuenta que «preparame para lo que viene» es tener que pensar en el fin del camino y eso no deja de ser una preocupación vana. Ayer, en mitad de la noche me recordé que ya alcancé la edad de los sesenta años, esa edad en la que vuelves los ojos hacia lo que fue y empiezas a preguntarte: «Y ahora ¿qué?». ¿Qué necesito hacer para seguir sintiéndome viva?… Supongo que, por principio de cuentas, debo de dejar atrás las imágenes catastrofistas que me muestra mi imaginación en plena madrugada cuando me despierto. Es cierto que mi salud no es perfecta pero, hasta el dia de hoy es suficiente para que me sienta autónoma. Es cierto que mi ingreso económico no me permite ahorrar pero, hoy por hoy aun paga mis cuentas cubriendo mis necesidades más básicas. Es cierto que no me encuentro en condiciones de asegurarme el futuro que me gustaría en los años por venir pero, aunque suene a frase manoseada por los «coach» de vida actuales, el futuro es hoy y lo único que tienes que hacer es vivir un día a la vez sin preocuparte por lo que te angustia con respecto a un futuro que tal vez nunca llegue tal y como lo estás ahora visualizando. Y así sigo, pensando que tal vez no tengo los sesenta años que deseé vivir cuando era más joven, pero aun así, tampoco están tan mal. Por el contrario, son unos sesenta años mejores que muchos otros. Es cierto que quería tener resuelto mi futuro a esta edad pero es obvio que nunca resolvemos ni aseguramos algo tan improbable como lo es el futuro. Por eso, aunque sé que esos pensamientos intrusivos seguirán haciendo mis noches miserables, también sé que no debo hacerles caso y que mejor me ocupo en otras cosas que puedan aligerar el viaje de mi vida centrándome única y exclusivamente en el hoy sin permitirme sobrepensar en lo que sucederá mañana.

Esto es para mí tener sesenta años. ¿Sueños?, ¡todos! Volví a escribir y a contarme historias con las que ocupar mi mente. Volví a leer, aunque no con la voracidad de antaño. Volví a tener ganas de coser y de hacer cosas que me hagan sentir creativa pero ya sin el propósito de explotarlo como modo de vida porque ningún modo de vida se disfruta lo que se disfruta un «hobbie». Estoy volviendo a rearmar mi «rompecabezas» existencial tratando de que me arroje una mejor imagen de mi propia vida, una imagen que sea la expresión de la persona que soy hoy con sesenta años y que me pueda dar la satisfacción que deseo. Nunca es tarde para ser tú y mostrárselo al mundo sin esperar que el mundo se rinda a tus pies porque no lo hará. Nunca es tarde para disfrutar de lo que de verdad te gusta sin esperar que los otros aprueben tus gustos porque, como en el punto anterior, habrá mucha gente (y gente muy querida por tí, además) que no lo hará. Nunca es tarde para sentir la libertad como esa brisa que vivifica el alma y te impulsa a conseguir aquello por lo que estás dispuesta a sacrificarte de una manera inteligente y sensata. Porque cuando tienes sesenta años escoges las batallas que estás dispuesta a pelear dejando de una vez por todas de lado lo que ya no significa nada para tí. Si, en este punto del camino de la vida hay muchas cosas que se quedan atrás para siempre, y ¡que bueno que asi sea! porque el equipaje se va tornando más ligero y así tienes las oportunidad de apreciar mejor los paisajes del camino, el entorno en toda su plenitud y la compañía en el instante en que se presenta. A los sesenta, nada es para siempre y, no, no es una frase más. A los sesenta entendemos bien y aceptamos lo que implica ese: «nada es para siempre». Si, después de haber vivido ya seis década e iniciar la séptima, entendemos cuales son las trampas de la inmutable eternidad dentro una vida compuesta por instantes efímeros y cambios constantes. A los sesenta apreciamos el significado de fluir, de dejarnos llevar, de no ofrecer resistencia para economizar fuerzas y energía. Finalmente, la conclusión va a ser la misma y todos llegaremos a ella tarde o temprano, con ganas o sin querer hacerlo. Decían los griegos antiguos que los sesenta eran la edad de la filosofía, la edad en que la vida no podría ya ocultarte sus secretos y en la que, si te habías cultivado lo suficiente, te encontrabas ya en una especie de cúspide vital para poder convertirte en referencia y asesor para las generaciones más jóvenes. Dejabas de ser el actor principal de la escena, es cierto, pero te convertías en aquel a quienes todos pedían consejo porque eras el que acumulabas una nada desdeñable experiencia de vida. En la antigua Grecia, y para casi todos los pueblos de ese momento, a los sesenta eras ya un anciano pero esa palabra: «anciano» o «anciana», estaba revestida de un halo de dignidad que a nadie incomodaba. Hoy en día, esa misma palabra se ha convertido en una especie de insulto para quienes tienen mi edad y sienten que con ella les recuerdan lo peor que van a vivir conforme pasen los años. Lo cierto es que, nos guste o no, los sesenta significa ingresar a otra etapa de la vida que obviamente viviremos conforme nos hayamos preparado para ello psicologicamente y conforme nuestro proceso envejecimiento biológico, así como los malos o buenos hábitos de vida, impacten sobre nuestra salud. No hay dos sesenta años iguales, como no hay dos personas que los vivan de igual manera. Mis sesenta años son eso, muy míos y reflejan la forma en que fuí criada, por quienes fuí criada, el entorno en el que fuí criada y las decisiones que al respecto de mi propio envejecimiento he ido tomando a lo largo del tiempo a partir de los parámetros que me impuso esa crianza. Creo que, finalmente, no hay más que añadir.

Trampa mortal

Una semana más de este 2021. Una semana de idas y venidas al mismo lugar para hacer lo de siempre. Los días son cada vez más radiantes pero yo no tengo mucha oportunidad para salir a disfrutar de esa luz. En fin…, regreso al punto: la semana transcurrida. En mi ámbito personal no ha sucedido gran cosa. Como siempre, he estado muy poco en contacto con la gente porque simple y llanamente no tengo mucho que decir si no es despotricar sobre lo que me entero que sucede afuera y que no me gusta. No me sucede nada, pues nada puedo aportar en este mundo en que la nada se encuentra cada vez gozando de mejor salud. ¿Perder el tiempo con las redes sociales?, lo haría si me entretuvieran pero llevo varios días en que parecen no hacerlo. Y, como el internet es más, mucho más que las redes sociales, pues ahí estoy tratando de encontrarme con algo que me interese y le dé sentido a mis días. De momento, como la ansiada busqueda de inteligencia extraterrestre en el basto espacio exterior, los resultados aun no son los apetecidos. Así pues, lo confieso, esta fue otra semana de recibir noticias extrañas emanadas de la caótica realidad que a todos nos envuelve, una realidad que lejos de satisfacerme me provoca pensamientos que acaban haciéndome sentir torpe y aislada.

No hablo con mucha gente porque nunca he sido de tener mucha gente a mi alrededor. Confieso que tener que estar al pendiente de mucha gente me aturde y me incomoda ya que me siento presionada por las circunstancias y no me siento muy en control en cuanto al manejo de mis habilidades sociales en las que he sido siempre más bien torpona. Lo mío, mío, son los grupos pequeños en donde dónde me sienta como pececillo dentro del agua. Donde la gente me conozca a mi y a mis excentricidades y nos acepten con cariño o, si no se puede llegar a la total aceptación, por lo menos nos toleren sin que les cause grandes molestias. Por eso, para mi, las redes sociales no son más que escaparates virtuales donde los otros se exhiben con ciertos fines explícitos o con fines menos claros y, hasta a veces, inconfesables. ¡De todo hay en la viña del Señor!, dice el conocido adagio, es cierto, pero no es menos cierto que eso «de todo» se agrupa naturalmente por afinidades más o menos expontáneas, creadas, reales o falsas en ese eterno movimiento social del que tanto ha disfrutado el ser humano casi desde sus comienzos. No voy a decir que no yo necesito de nadie, ¡por supuesto que si!, también necesito del otro pero esa necesidad no es continua, es una necesidad que yo administro conforme a mis necesidades. Si, a veces necesito la cercanía del otro pero no es siempre, a veces necesito con quien conversar pero no es siempre ni a toda hora. Por eso me gustan los grupos pequeños, porque todos nos conocemos y respetamos nuestros espacios y nuestros tiempos, de resto, ser «amigo» como en Facebook de más de mil personas, ni sirve, ni es real.

¿Qué sucedió entonces con mi semana? Poca cosa, muy poca, si soy sincera. Estuve al tanto del «affaire» de la tormenta sobre Texas que afectó también al norte de la República Mexicana. La tormenta hizo que se sintiera la escasez de gas natural y, por ende, eso afecto al uso de la energía eléctrica en esa parte del país. Y no le sigo porque todo devino en un tema político que solo sirvió para avivar el espectáculo circense en que se ha convertido la política en esta nación. Solo lo pongo como ejemplo de las noticias con las que tengo que convivir semana tras semana. ¿Qué está sucediendo ahora en medio de esta irreversible «nueva» normalidad?, nada que no pueda ser explicado desde la lógica: los cambios se suceden de una manera que nos parecen descontrolada y, lo que creíamos firmemente establecido por el uso y la costumbre, cede inexorablemente el paso a algo nuevo que no siempre nos gusta o agrada. Son tiempos pues de tránsito en los que veremos como situaciones a las que estabamos perfectamente acostumbrados dejarán de existir mientras que situaciones nuevas que no imaginamos empezarán a formar parte de nuestro día a día. Sin embargo, ningún cambio se da de un día para otro ya que tenemos que acostumbrarnos a él para hacerlo parte de nosotros, y así es como convive lo nuevo con viejo durante, por lo menos una generación, a veces dos, para que lo viejo definitivamente desaparezca conforme la gente que estaba acostumbrado a ello también lo haga. Si, este tránsito concluirá en el momento en que los que nacieron alrededor del 2020 se hagan adultos y tomen sus responsabilidades, para entonces la vida, tal y como se vivía antes de que ellos llegaran al mundo, será ya historia. Tan historia como para mí era la infancia de mis abuelas en un pueblo sin electricidad y con coches de caballos aun en las calles de las ciudades. Estas son mis reflexiones hoy por hoy y también mis inquietudes. Esta semana entendí que el cambio climático está haciéndose ya presente en cuanto a sus terribles consecuencias y que nosotros, como especie, seguimos los pasos de la rana dentro de la olla de agua cuya temperatura aumenta. Estoy convencida de que ya alcanzamos el punto de no retorno y que, a partir de esta década, veremos como el estar aquí se nos complica más y más a la par de que nos obligará a aguzar nuestro ingenio para sobrevivir. No, no estoy profetizando nada, solo estoy haciendo hincapié en lo evidente. Esta década será crítica para nuestra supervivencia como especie y creo que se tomarán medidas impensables en otro momento para poder detener o ralentizar lo que ya, por lo que se observa, está tomando una buena y constante velocidad de crucero. Supongo que aun tendremos que ver más eventos irremediablemente catastróficos antes de que se tomen y acaten medidas realmente efectivas para hacer viable nuestra supervivencia. Porque no, no desapareceremos, de eso estoy más que convencida, pero tendrá que cambiar aun más nuestra manera de vivir para lograr superar esta prueba y poder salir de esta trampa mortal en la que nosotros mismos nos encerramos pensando que íbamos por el camino correcto.

Sobre las redes sociales

Tercera semana en la que intento permanecer dentro de un propósito más o menos firme y más o menos disciplinado de poder publicar por aquí un texto cada sábado que es cuando tengo tiempo para sentarme frente a la computadora junto a la taza de café del desayuno y dejarme llevar por lo que quiero o necesito decir. ¿Qué me ha hecho ruido esta semana?, las redes sociales. Era cuestión de tiempo para que se intentará, y recalco aquí la palabra «intentar», poner orden y disciplina dentro de la red. Orden y disciplina que, por supuesto, puede transformarse en lo que conocemos como «censura», esa vieja amiga del poder que no deja de manifestarse cada vez que el poder lo necesita. Abogar por hacerla desaparecer de la red va a ser, no solo un trabajo de titanes, sino un trabajo inútil ya que el ambiente enrarecido y pesado al interior de los diferentes sitios en internet ha demostrado que se necesita un orden para convivir armonicamente dentro de esa sociedad virtual que son las redes sociales. Y un orden implica leyes y esas mismas leyes implican castigos para los transgresores, además de controles por parte de las autoridades; dicho de otra manera: replicar, en la manera de lo posible, lo que sucede en el mundo de la realidad dentro de las redes sociales, aunque nos disguste y creyamos que se trata de un control excesivo. Si sucediera así, las redes sociales se transformarían de lo que hoy son a un campo de intercambio comunicacional aséptico perfectamente reglamentado y controlado con sanciones equivalentes a la del mundo real. Por supuesto, eso no siginificaría que todas las redes sociales le entrarían al aro pero las de la «buena sociedad», entendiendo por «buena sociedad» aquella compuesta por ciudadanos que no son proclives a hacer caso omiso de las leyes, acatarían las nuevas normas como de hecho ya están dispuestos a hacerlo el día de hoy. Esto es, si Facebook y otras redes, que no dejan de ser grandes corporativos alineados con el poder en turno, aceptan sumisamente el control que están proponiendo esos poderes, por más que muchos indignados dejen de ser usuarios de esas redes, habrá también una gran cantidad de usuarios que permanecerán dentro de ellas porque no están comprometidos con ninguna lu ycha, real o imaginaria, que les exija tomar algun tipo de posición ideológica o política concreta. ¿Y a dónde correrán estos desertores del «mainstream»?, pues a otras redes sociales que los hagan sentir cómodos y únicos, unas redes sociales que les permitan hacer sus «desmadritos» sin mucha resistencia, vamos. Y si truenan a esa red social, siempre quedará la opción de hacer su propia red social ahora que es ya un sistema probado que puede replicarse «ad nauseam».Tercera semana en la que intento permanecer dentro de un propósito más o menos firme y más o menos disciplinado de poder publicar por aquí un texto cada sábado que es cuando tengo tiempo para sentarme frente a la computadora junto a la taza de café del desayuno y dejarme llevar por lo que quiero o necesito decir. ¿Qué me ha hecho ruido esta semana?, las redes sociales. Era cuestión de tiempo para que se intentará, y recalco aquí la palabra “intentar”, poner orden y disciplina dentro de la red. Orden y disciplina que, por supuesto, puede transformarse en lo que conocemos como “censura”, esa vieja amiga del poder que no deja de manifestarse cada vez que el poder lo necesita. Abogar por hacerla desaparecer de la red va a ser, no solo un trabajo de titanes, sino un trabajo inútil ya que el ambiente enrarecido y pesado al interior de los diferentes sitios en internet ha demostrado que se necesita un orden para convivir armonicamente dentro de esa sociedad virtual que son las redes sociales. Y un orden implica leyes y esas mismas leyes implican castigos para los transgresores, además de controles por parte de las autoridades; dicho de otra manera: replicar, en la manera de lo posible, lo que sucede en el mundo de la realidad dentro de las redes sociales, aunque nos disguste y creyamos que se trata de un control excesivo. Si sucediera así, las redes sociales se transformarían de lo que hoy son a un campo de intercambio comunicacional aséptico perfectamente reglamentado y controlado con sanciones equivalentes a la del mundo real. Por supuesto, eso no siginificaría que todas las redes sociales le entrarían al aro pero las de la “buena sociedad”, entendiendo por “buena sociedad” aquella compuesta por ciudadanos que no son proclives a hacer caso omiso de las leyes, acatarían las nuevas normas como de hecho ya están dispuestos a hacerlo el día de hoy. Esto es, si Facebook y otras redes, que no dejan de ser grandes corporativos alineados con el poder en turno, aceptan sumisamente el control que están proponiendo esos poderes, por más que muchos indignados dejen de ser usuarios de esas redes, habrá también una gran cantidad de usuarios que permanecerán dentro de ellas porque no están comprometidos con ninguna lu ycha, real o imaginaria, que les exija tomar algun tipo de posición ideológica o política concreta. ¿Y a dónde correrán estos desertores del “mainstream”?, pues a otras redes sociales que los hagan sentir cómodos y únicos, unas redes sociales que les permitan hacer sus “desmadritos” sin mucha resistencia, vamos. Y si truenan a esa red social, siempre quedará la opción de hacer su propia red social ahora que es ya un sistema probado que puede replicarse “ad nauseam”.

Ayer mismo me preguntaba yo por el futuro de las redes sociales y, mientras veía un video que recomendaba redes nuevas, empecé a pensar en todo esto. Lo primero que puedo expresar es que estamos a punto de inaugurar otra etapa respecto a las redes sociales, una etapa en la que corporaciones gigantescas como Facebook van a tener que ceder parte de su poder para sobrevivir y seguir apareciendo en el enorme catálogo que se está gestando de redes. Incluso estoy pensando que esa tendencia beneficiará a todos aquellos que necesiten establecer redes por separado para su amplio mundo social pues, sin duda, empaquetarán a sus relaciones según su origen o importancia. Redes para amigos íntimos, redes para conocidos, redes para compañeros de trabajo… O según sus preferencias y gustos. Lo cierto, es que las redes virtuales llegaron para quedarse y que a las nuevas generaciones les resulta muy difícil imaginarse el mundo sin ese escaparate virtual en donde se muestran sin tapujos haciendo lo que hace el otro de una manera aun más loca. Que hablando de las nuevas generaciones, creo que en el futuro que actualmente se perfila, las redes sociales se dedicarán más al «mira lo que soy capaz de atreverme a hacer» que al «mira como pienso y como soy» y ciertamente el video corto se generalizará más que la palabra escrita o la foto fija para decirle al otro quien eres y como eres o prentendes ser. En el futuro, que ya está aquí, todos serán actores de su propia serie a la que llaman vida y que se irá mostrando por microcapítulos en estas nuevas redes sociales con las consecuencias que una mala gestión de la vida privada que traerá aparejada para todos los que sean incapaces de establecer sanos límites entre ellos como individuos y los ojos anónimos de la red que serán capaces de destruir vidas con sus comentarios y sus «dislikes».

En fin, las redes sociales no dejan de ser una peligrosa arma de doble filo depende de como se utilice y la importancia que le demos dentro de nuestra vida. Hablando de su regulación y sin tratar de causar más polémica, consideron que si debería de haber, igual que en la vida social regular, normas de convivencia con su respectivo castigo y llamada de atención para llevar un orden. Respecto a lo que se puede o no puede decir, o lo que que se puede o no se puede mostrar, cada quien debe de autoregularse bajo sus propios principios y valores pero también se debería de entender que la convivencia con otras personas, sea esta real o virtual, pone límites a nuestra autoexpresión en aras de esa propia convivencia.

Un mundo feliz

Quiero escribir de manera constante, a manera de ejercicio personal y por lo menos una vez a la semana, para publicar el resultado en cualquiera de mi tres blogs, según aborde el tema ya que tengo tres líneas sobre las cuales expresarme: una de carácter interno cuyas entradas las publico en mi Laberinto personal de Live Journal, una de carácter externo que sería la que plasmo en este blog y otra más de gustos y aficiones que abordo en un Blogspot titulado «Álbum de anécdotas». Quiero, entre otras cosas, tener una actividad más constante este año dentro del proceloso océano virtual de la red que es donde se encuentran estas tres pequeñas islas desde donde puedo mostrar mis muy personales tesoros. Tal vez, no a todo el mundo le interese lo que tenga que mostrar, lo cual me parece de lo más normal, pero también sé que, en algún lugar de este vasto espacio de páginas virtuales, pueden haber ojos a los que les resuene lo que leen escrito por mis dedos y, sin duda, ese contacto silencioso y anónimo será ya todo un logro para mí. Pues bien, ¿qué me trajo la primera semana laboral de este primer mes del año 2021?, ¿qué dejó para mí?. Si son honesta, no mucho pero, a pesar de ello, puedo decir que eso «no mucho» si resultó suficiente, en cierta medida. No, no es un simple galimatías, es algo mucho más complejo. Verás, ojos anónimos… La semana comenzó sin que nada me dijera que pronto iba a haber un movimiento inusual provocado por un acontecimiento inesperado, un acontecimiento externo que sin embargo tocó mi interior y detonó la explosión de los recuerdos anestesiados del 2018. Si, alguien murió de tal manera que de inmediato me llevó a los recuerdos del mes de julio del 2018 y también a los de diciembre de ese mismo año. Y con los recuerdos, surgieron las evaluaciones dictadas por la distancia del tiempo transcurrido y el entendimiento de lo asimilado. Fue pues una semana de volver sobre aquello pero desde otro lugar para así darme cuenta de que había implicado el transcurso de estos dos años para mí y para mi vida. A mitad de la semana, hubo otra sorpresa pues, si unos se van otros llegan y quien llegó fue una perrita llamada Ula. Una perrita de cuatro o cinco meses que tiene como misión acompañar a otro perro, Tochi, a ver si su compañía le cambia un poco el carácter y lo vuelve un poco menos nervioso. La perrita es una desconocida raza africana, supercariñosa y muy, muy fuerte fisicamente. Un amor de cachorra que solo estuvo una noche en casa de mis jefes antes de irse a Tehuacán que es donde se encuentra Tochi.

Estos dos eventos hicieron mi día a día laboral interesante por todo lo que fueron capaces de mover en mi interior. Pero hubo un evento más, en forma de noticia externa, que también me puso a reflexionar: la toma del Capitolio de Whashington y los extraños sucesos que devinieron allí. Últimamente, no estoy tan pendiente de lo que está sucediento en el mundo, a menos de que sea algo tan importante que se replique en todos los medios de información. Y así sucedió con esto del Capitolio. ¿Se veía venir?, muchos dirán que sí pero, en realidad, no estaba tan claro. En un país con la democracia fortalecida y gozando de buena salud, es obvio que no hubiera podido darse siquiera la posibilidad de algo tan estrambótico. Sin embargo, pocos son los países que actualmente pueden presumir de vivir con un sistema político estable y saludablemente controlado. Pocos países viven hoy cerca del sueño democrático que estableció la Revolución Francesa con su triple propuesta de igualdad, fraternidad y libertad para todos los ciudadanos. Y bueno, Estados Unidos, el campeón de la democracia, como bien le gusta llamarse frente al mundo, no es la excepción. Los gobiernos populistas (y entre las autoproclamadas democracias actuales hay varios ejemplos de ellos) son gobiernos que tienden a la polarización de las fuerzas dentro de sus países. Y tienden a la polarización porque se basan en un discurso de buenos y malos (nosotros somos los buenos y los que no están de acuerdo con nosotros son los malos). Pero, esta polarización solo logra generar conflictos sociales que, si no se atienden oportunamente, concluyen por desatar verdaderas explosiones de violencia. Un pensador europeo de la primera mitad del siglo XX (creo que fue Ortega y Gasset) dijo en su momento que el individuo era inteligente pero que la masa era estúpida. Y si, tenemos muchos ejemplos dentro de la historia contemporánea de Occidente para poder corroborar este aserto. Lo sucedido esta semana en el Capitolio de Washington no es más que una anécdota que, sin embargo, puede ser utilizada para establecer un mayor control por aquellos que este próximo 20 de enero tomarán el poder en Estados Unidos. Y lo harán justificándose de que necesitan mantener la paz y la garantía de la libertades individuales de los ciudadanos. ¿Puede volver a darse una situación caótica la próxima semana o incluso la siguiente?. Yo espero que no pues la respuesta del próximo gobierno de los Estados Unidos puede volverse muy dura afectando a esos ciudadanos que dizque desea proteger. Algo que siempre me ha llamado la atención con respecto a las reacciones de los gobiernos norteamericanos que sienten su poder amenazado, es la paranoia que desarrollan y como ésta termina afectando al clima político del resto de Occidente. Sucedió durante la década de 1960 con la llamada Guerra Fría que sostuvo frente a la Unión Soviética como antagonista. Y es muy probable que en esta década que apenas comenzamos, volvamos a vivir una nueva versión de aquellos sucesos que dividieron al mundo en dos bloques. La diferencia aquí es que ahora la tan cacareada primera nación del mundo, campeona y defensora de la democrácia occidental, empieza a dar claros signos de fatiga y debilidad, signos que no tenía en 1960 y que hoy pueden costarle, no solo el liderazgo de las democracias occidentales, sino su lugar como potencia mundial.

¿Que sucederá el próximo 20 de enero?. Personalmente, no creo que vaya a iniciar una guerra civil en Estados Unidos. Más bien, presenciaremos una trasmisión de poderes atípica en Washington con medidas de seguridad extraordinarias que tendrán repercusiones en cuanto al acotamiento de ciertas libertades. El Occidente se mueve, lentamente, hacia una democracia virtual fuertemente acotada en cuanto a su expresión y manifestaciones reales. Una democracia sin opiniones y perfectamente uniformada en donde la actividad política tendrá que seguir una serie de pautas que no causen conflictos a la autoridad con el fin de evitar que las masas se muevan. Dicho de otra manera, establecer un orden apolítico y aséptico en donde todo pueda regularse tratando de evitar el conflicto para lo cual se controlará al ciudadano dándole lo que necesita en términos de bienestar e imponiéndoles condiciones para lograrlo sin mucho esfuerzo a través del uso de la tecnología. Un mundo feliz, vamos, en el que estaremos condicionados para no causar problemas a los que gobiernen.

Vase el año viejo…

Pues bien, aquí estoy de nuevo para iniciar este año 2021 partiendo de lo que fue el año anterior y tratando de dar comienzo a un nuevo ciclo en mi vida. Si, el año anterior viví la muerte de un extenso periodo de varias décadas que tuvo todo tipo de aprendizajes que me llevaron a contemplar el significado de la vida desde otro punto de vista. Es así como puedo declarar que este 2020 fue un año de toma de conciencia con respecto a lo que era inevitable dejar atrás en este proceso constante que llamamos vida y que era lo que necesitaba hacer para iniciar algo nuevo que restaurara en mí esa sensación de satisfacción perdida. Y el 2020 me dio muchos momentos para pensar sin tener la presión de obligarme a actuar de inmediato, solo pensar en como moverme para lograr lo que tanto quería: cambiar mi vida. Fue pues un año que me regaló tiempo para mí lo cual considero no solo valioso sino absolutamente indispensable para sentir que eres el dueño de tu existencia de los pies a la cabeza. ¿Añoré el poder moverme con libertad?, si, claro, pero entendí que no era necesario en este momento «crisálida» que todos parecíamos vivir. Ya llegaría el tiempo de poder moverse con libertad sin temer lo peor. Y como la «reclusión» se me da más o menos bien, no lloré el dejar de hacer lo que no resultaba indespensable para sentirme bien conmigo misma, la verdad. El mejor momento, aunque no dejó de ser duro por las dudas y los miedos que me provocó el constante pensar sobre lo mismo sin vislumbrar con claridad la solución, fue el periodo de abril, mayo y junio que fue cuando en México se declaró el confinamiento. A partir de julio, y a pesar de que la situación aun no mejoraba, la Ciudad de México se abrió, por decirlo de alguna manera, y yo regresé a un remedo de actividad yendo de mi casa a la oficina y viceversa mientras mi tiempo de calidad dedicado a mi misma disminuía lo que me llevó a tomar ciertas decisiones que en otra situación mucho menos a propósito para ello solo hubiera contemplado con timidez y hartas dudas en cuanto a sus resultados. Sin embargo, esta vez, revuelta y envuelta en medio de esas dudas y la poca confianza que suelo tenerme, me dije a mi misma que ya era tiempo de hacer lo que raramente hago cuando deseo cambiar las cosas desde su raíz: un salto de fé. Y en esas estoy ahora que comienza el 2021 mientras me doy ánimos para creer en un futuro mejor lleno de buenos momentos y grandes satisfacciones.

Por supuesto, todo va más allá de creer y tener fé en un buen futuro. El asunto aquí es poder ser realista y entender que todo logro implica un trabajo, si, pero que no todo trabajo debe forzosamente implicar disgustos y malos ratos. Dicho de otra manera es absurdo hacer de tu vida una recopilación de malos momentos porque no te sientes capaz de establecer límites, ni de ser flexible cuando se requiere, o por el contrario, no saber decir que «no» a los otros que no ven más que su propio interés en lo que ellos demandan de tí. Si, todo eso y más fue lo que reflexioné y en lo que me puse sesudamente a pensar en este año que acabó y con el que se acaba también mi década de los cincuentas. Y como el año que apenas está comenzando me verá transitar por el principio de mi década de los sesentas, nada mejor que hacer una especie de borrón y cuenta nueva que me lleve a vivir nuevas experiencias mucho más de acordes a mi nuevo momento de vida, un momento que siempre soñé inmerso en un aura de evidente dignidad y natural elegancia vital aunque no del todo exento de un toque de excentricidad para poder hacerlo absolutamente mío y verme así reconocida dentro de él. Quiero pues disfrutar mis sesentas, por supuesto, pero disfrutarlos a mi manera para poder hacerlos míos y así, de este modo, hacerlos únicos y diferentes con respecto a otros sesentas que puedan haber por ahí. Ni mejores, ni peores, solo diferentes y míos, muy míos.

Siempre he creído que las décadas pares (nací en una década par) me han brindado mejores oportunidades de concreción que las décadas nones que siempre han sido de duros aprendizajes. Ahora que estoy por entrar a una década par, siento esa necesidad de sentirme viva y sentirme aquí aprovechando lo que la década non me enseñó con tantas lágrimas y tantos momentos difíciles. Es por eso que este 2021 es un año que nace con la esperanza interna de poder lograr una nueva vida que me lleve a manifestar, de manera creativa, todo lo aprendido en la década anterior. ¿Será un año difícil este 2021?, probablemente pues ningún inicio es fácil ya que nos exige una gran capacidad de adaptación a eso nuevo que todavía no asimilamos por completo. Por otro lado, los cambios seguirán manifestándose sin darnos tregua y desafiándonos a que practiquemos la resiliencia día tras día porque será la única salida coherente para sentirnos bien y en el camino de la sensatez. Sin embargo, no dudo que esta sea una década repleta de maravillas, tanto para lo otros como para mí, que se concretarán en darle forma a todos esos sueños que creíamos imposibles. Por mi parte, aquí estoy tratando de empezar de nuevo sin las expectativas del pasado, empezar de nuevo de un modo más maleable y resiliente sin esperar nada que no sea concretable para mí en estos momentos de mi vida. Atrás, en el 2020, se quedó la pesada valija de los sueños muertos que yo venía arrastrando desde 1988 cuando empecé a vivir otra etapa en mi vida, y de la que no me deshice por nostalgia y porque tenía la esperanza de poder revivirlos en algún momento para volver a ser yo tal y como creía yo que era en esos momentos. El 2020 me dio la oportunidad de darles una digna sepultura y de empezar a soñar de nuevo de una manera diferente más de acorde con la persona que ahora soy. En fin, tengan mis lectores un buen 2021 y sean pacientes con este año y con todas sus bendiciones. Ya nos estaremos comunicando por aquí en otro momento.

Apuntes pandémicos

Y un buen día, como solo puede suceder en la ficción, el mundo se detuvo y no hubo vuelta atrás. Eso fue el principio de todo. El principio del asombro y de la incredulidad. El principio de la sensación de amenaza que dispara todo aquello en nuestro interior que nos lleva a buscar nuestra propia supervivencia. El principio de una historia con un final, aun ignoto, que nuestra tendencia a la previsión ve con orejas de lobo asomándose a lotananza. Todo empezó en China, como suelen empezar estas historias sobre virus y pandemias. Así fue hace muchos cientos de años con la famosa «Peste negra» que asoló a Europa durante décadas, allá por el siglo XIV, y que silenció de golpe a millones de voces. Obviamente, lo que ha sucedido ahora no puede compararse con lo que sucedió entonces, ni siquiera con lo que sucedió hace poco más de 100 años con la mal denominada «Gripe española» y que mató a varios millones de personas por todo el mundo en sucesivas oleadas entre 1918 y 1919. Este evento parece ser más modesto en cuanto el número de muertes en términos globales pero, como aun no acaba, no sabemos con exactitud cual será el conteo final. Lo que si nos está mostrando este evento es la capacidad de respuesta de una humanidad muerta del miedo por verse reflejada en el espejo del pasado. Y si, aunque este virus mate menos, por decirlo de algún modo, mata de todas maneras y mata enfrentándonos a esa mortalidad que parecíamos haber erradicado de nuestra realidad barriéndola energicamente debajo de la alfombra con la escoba de los avances médicos del siglo XX que nos hacían, hasta este año, concebir la esperanza de llegar a una edad muy avanzada, casi por decreto estadístico, sin apenas molestias o achaques que son características propias del otro gran tabú contemporáneo: el envejecimiento natural de cualquier ser humano.

Pues bien, vino este virus insignificante que aun no tiene vacuna para prevenirlo, ni siquiera una cura (tal y como sucedió en aquellos tiempos lejanos de la «Gripe española»), y nos volvimos a encerrar todos en nuestras casas mientras pasa la «peste» reaccionando como reaccionaron nuestros ancestros medievales ante la «Peste negra». Este virus es, hasta ahora, menos mortífero de lo que fueron aquellos y, sin embargo, reaccionamos igual que nuestros antepasados que se encontraban en un punto o grado civilizatorio menor al nuestro. Supongo que a pesar de todos los pesares no dejamos de ser humanos y lo expresamos de la misma manera que nuestros ancestros cuando llega el momento de reaccionar frente a las mismas amenazas que comprometen nuestra existencia de manera particular y colectiva. Estoy de acuerdo, nadie quiere retirse de esta vida antes de tiempo, aunque estoy convencida de que nadie concluye esta experiencia de encarnación a destiempo. Ese es un asunto de creencia, lo sé; pero, también es un asunto que otorga cierta paz interior cuando se asume que nadie muere la víspera de su propia muerte, como bien dice el dicho popular.

Ahora bien, ¿qué me está dejando esta pandemia en mi caso particular? Partiré desde el principio y el principio es que yo en marzo estaba que no me aguantaba a mi misma y a mis circunstancias. El estrés laboral, el sinsentido de mi vida en los últimos años, el ser empujada por mi entorno a transitar por un carril que yo no sentía bueno para mí, todo eso me tenían cansada y aburrida. Vino el «parón» en forma de confinamiento y sus primeros días me supieron a gloria pues era exactamente lo que necesitaba para dejar atrás la sensación de «burn out» que venía arrastrando desde hacía varios años. Ahora bien, transcurridos los primeros 30 o 40 días del encierro, las cosas empezaron a cambiar ya que organicé mi rutina centrándola en el trabajo a distancia y empecé a tratar de sentirme agusto con mi nueva normalidad dentro del encierro. Y, al convertirse en mi «nueva normalidad», empezaron las tensiones. Es cierto que mi encierro no está siendo perfecto ya que hay días en los que debo de ir a la oficina (afortunadamente pocos) y, por lo menos, una vez a la semana salgo a hacer la compra. Pero, el resto del tiempo, no salgo y me dedico a cumplir con el confinamiento de la larga cuarentena del mejor modo posible. El resultado es que, a punto de cumplir las 12 semanas de encierro, empiezo a acariciar, con más frecuencia, la idea de poder salir a dar un paseo bajo el sol y entre los árboles mientras disfruto de una mañana luminosa o de un melancólico atardecer. Si, eso es lo que más deseo hacer en cuanto pueda salir del confinamaiento: pasear en medio la naturaleza para cargar mis «pilas» de energía. De resto, he pensado mucho, quizá es lo que más he hecho en estos días. Pensar en mí y en mi posibilidad de futuro. Pensar en qué decidir y cómo para seguir adelande de la mejor manera sin angustiarme. Y, mientras me la he pasado pensando, he hecho alguna que otra cosa.

¿Qué me dejará esta extraordinaria experiencia como lección? Pues que debo de entender que el cambio es la única constante en la existencia y que, para sacarle el mejor provecho posible, hay que aprender a ser flexible y fluir con las circunstancias. Ojalá la humanidad en su conjunto haya llegado a la misma conclusión que yo para así provocar un verdadero cambio dentro de la sociedad porque, si bien es cierto que esta pandemia no erradicará a la especie humana del planeta, las consecuencias económicas de la misma podrán poner en peligro el frágil equilibrio de la convivencia social así como todo lo que se necesita para sentirnos bien y a gusto con nuestras vidas más allá del eterno e inviable desarrollo económico que se nos prometió en décadas pasadas.

Hagan sus apuestas

El_joven_Karl_Marx-433107679-large

Ha pasado más de una semana sin que me haya dignado a escribir y por lo tanto publicar. A veces es difícil hacerlo cuando te sientes cansada o cuando no tienes la seguridad de tener un tema atractivo que compartir con el lector. Las palabras se vuelven humo y, sin embargo, aquí estoy tratando de pergueñar algo interesante, algo que tenga que ver conmigo y con la manera en la que suelo acceder a la vida. Empezaré diciendo que acabo de ver una película que se titula “El joven Karl Marx”, una película en alemán que fue hecha para televisión europea y que me dejó con un extraño sabor de boca. ¿Qué por qué fue así?, porque de repente me vi enfrentada al eterno sueño de la humanidad por alcanzar una vida en donde los valores de la justicia y la equidad estuvieran presenten en la existencia del hombre sin hacer ningún tipo de distinciones arbitrarias. Es increíble observar como este siglo XXI tiene mucho de aquel siglo XIX en donde surgieron los cuestionamientos ideológicos que llevaron a desatar guerras cruentas a lo largo del siglo XX. Estoy sorprendida al notar que estamos viviendo un cambio de paradigma como el que se vivió en aquel momento de la Revolución Industrial que llevó a la sociedad occidental al largo proceso de la tan cacareada lucha de clases con el telón de fondo de una lucha ideológica basada en sistemas económicos. Así el socialismo, el comunismo y el anarquismo tuvieron su momento frente a un capitalismo camaleónico que terminó siendo, o pareciendo ser, el vencedor indiscutible de la pelea que, en su momento, fue a muerte. Hoy el capitalismo salvaje es el único modelo económico que tenemos dentro de la sociedad occidental que se ha expandido por todo el planeta como un virus infeccioso.

¿Hay alguna alternativa que pueda detener o transformar el proceso de putrefacción que se vive al interior de nuestra sociedad occidental? La he estado tratando de buscar sin mucho éxito, la verdad; pues, engolosinados como nos hayamos remontando la cresta de la tercera ola, no queremos asumir de manera consciente las consecuencias de las medidas que hemos tomado para alargar, artificial e indefinidamente, la vida del sistema capitalista. La idea “genial” que el capitalismo occidental decantó para seguir por mucho, mucho tiempo entre nosotros, fue un consumo irracional y absurdo que hoy nos tiene prisioneros y con la supervivencia amenazada. Si, después de la Segunda Guerra Mundial, el autonombrado líder entre las naciones de Occidente: los Estados Unidos, decidieron mostrarle al mundo como se debía de vivir creando lo que se conocería después como “el sueño americano”, un sueño basado en el consumo necesario que reactivaría la economía una vez ésta dejara de depender de los productos bélicos. En Europa la cosa no fue igual pues se vivía una dolorosa y austera reconstrucción mientras Norteamérica empezaba a gastar y a consumir sin medida para demostrar quién iba a la cabeza del capitalismo occidental. Eso fue así desde ese momento y sigue siendo así hasta el día de hoy porque el capitalismo no ha encontrado otra manera de sostenerse; sin embargo, esa estrategia comienza, no solo a no ser suficiente sino además a ser una auténtica amenaza para nuestra vida en el planeta. Por otro lado, hacia la mitad del siglo XX, con la llegada de los antibióticos, el panorama de la salud y la longevidad fue variando dentro de la sociedad occidental. Como ha sucedido siempre tras una guerra, la natalidad aumentó a partir de 1945 pero, esta vez, en una correspondencia que no se igualaba a las cifras de decesos. El famoso “baby boom” de la sociedad occidental permaneció casi inalterable hasta la llegada de las famosas pastillas anticonceptivas a principios de la década de 1960, en ese momento ocurrieron varios fenómenos que provocaron que los países del llamado “primer mundo” dejaran de reproducirse como lo hicieron hasta principios de los Sesenta. Entonces empezaron a tener menos hijos, a vivir más y a consumir a un mayor ritmo porque así lo exigía el modelo capitalista. Llegaron entonces los Setentas y las primeras crisis económicas de un sistema que no se daba por vencido. A finales de los Ochenta, cayó el Muro de Berlín y con él el comunismo occidental que había sido el antagonista ideológico del capitalismo y su pretexto para fomentar el consumo indiscriminado. En los Noventa se intentó borrar todo rastro de la existencia de cualquier sistema antagónico y, llegando la primera década del siglo XXI, el capitalismo tuvo que enfrentarse, cara a cara, a las renovadas crisis económicas que revelaban su debilidad: el agotamiento de su estrategia de alto consumo.

Por supuesto, hoy por hoy, no se ve con claridad que sucederá con nuestro sistema económico surgido y moldeado a todo lo largo del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Sabemos que somos muchos caminando y respirando sobre el planeta, somos muchos demandando el sostenimiento de las prestaciones y ventajas laborales y sociales por las que nuestros antepasados lucharon a lo largo de los siglos XIX y XX, en muchas ocasiones, a cambio de su vida. Somos muchos pidiendo salarios justos, derechos y seguridades que ya no son viables a nivel estatal. Somos muchos exigiendo unas condiciones de vida que ya no alcanzan o que alcanzan cada vez para menos personas y, sin embargo, el sistema nos induce a seguir consumiendo para mantenerlo en buenas condiciones. Quien tenga un poco de capacidad reflexiva se dará cuenta que esto no puede seguir así por mucho tiempo y que, sin una salida óptima y coherente, el sistema acabará destruyéndose a sí mismo y causando una catástrofe de proporciones difíciles de imaginar. Por supuesto, no soy futuróloga pero entiendo que estamos en la frontera de un cambio de paradigma que nos llevará a un salto con respecto a las condiciones humanas en el futuro. ¿Y cómo serán éstas?, eso es algo que aun no se vislumbra pero que parece estar más conectado con un cambio radical del tipo que se vivió entre el Imperio Romano y la Edad Media, que con un cambio meramente ideológico del tipo que generó al capitalismo como sistema económico, ideológico y social. Así pues, hagan sus apuestas.

Facebook y yo

eePues bien, esta entrada es para Facebook. Si, si. Nada extraordinario, comentarán mi apreciados lectores, ya que mis últimas entradas han ido siempre a engalanar ese rotativo muro virtual de Facebook. Y es, en este momento, cuando me dispongo a escribir sobre mi presencia en las redes sociales. Puedo confesar, sin rubor ni arrobo ninguno, que nací demasiado temprano para ello. Nací y crecí en un mundo en donde nos costaba imaginar cual sería el desarrollo real de la comunicación guiada por las alas de una tecnología cada vez más y más a propósito para ello. Y como se suele decir, esto aun no termina ya que el proceso del desarrollo tecnológico en esta área continúa imparable. Las redes sociales son solo un punto exacto de este desarrollo pero un punto tan importante como en su momento fue la implementación social de la telefonía. Si, estamos exactamente como nuestros tatarabuelos en la década de 1890 engolosinados con un nuevo juguete que aun no define su función más allá de su estricto objetivo de mantenernos comunicados. Eso es Facebook para mí: una herramienta que aun no aprendo a usar por completo ya que, como vulgar usuaria, me siento rebasada en cuanto a su empleo preciso. En Facebook tengo parientes, amigos y conocidos reales y virtuales. Tengo pues gente con la que convivo presencialmente y gente con la que convivo virtualmente. Todos son «amigos», según Facebook, y con todos, en la medida que mis circunstancias temporales y anímicas me lo permiten, me contacto para comentarles, o compartir con ellos, cosas que encuentro en la red y que pienso pueden interesarles. Sin embargo, con el paso del tiempo como usuaria de la red social, he ido cayendo en un verdadero abismo sin fondo que termina causándome angustia por no poder cubrir formalmente lo que considero es una especie de obligación en términos de comunicación: contactarme y estar al pendiente de todos o casi todos mis contactos. El resultado de esto es que ha llegado a provocar en mi una especie de apatía con respecto a entrar a la red social que consume mi tiempo y mi esfuerzo sin apreciar resultados que me satisfagan. Al principio, dada mi inclinación hacia las decisiones tajantes, me planteé el cerrar definitivamente mi Facebook y olvidarme de las redes sociales por completo pero, después de reflexionar sobre el costo que para mis relaciones tendría esto, decidí hacer algo menos drástico: utilizar el Facebook, sin remordimientos, cuando lo necesitara solo para comunicarme con mi gente cuando me diera la gana o tuviera una necesidad puntual; como un teléfono de antes, vamos. Posibilidades que ofrece el Facebook y el teléfono no: mostrar lo que escribo en mis blog, subir fotos que me interesa compartir, leer lo que hacen mis amigos y comentarles, participar en alguna página que tenga contenido interesante para mí… En fin, he decidido ser selectiva en cuanto a mis intervenciones y comentarios porque, ni tengo tiempo, ni quiero perderlo utilizando una herramienta en donde la interrelación de calidad es cada vez más escasa. Y si, se puede vivir así; es más: recomendaría vivir así a todos aquellos que, como yo, nos agobiamos ante un muro tan lleno de «charlas» intrascendentes que difícilmente llegan a retroalimentarte. Ojo, no digo que todo sea así ya que tengo amigos con los que verdaderamente disfruto interactuar por medio de la red social, solo digo que hay mucho de eso en la red y, como el Facebook no es inteligente dado que es una herramienta, a mi me corresponde poner los límites necesarios para no caer en situaciones anímicas que, por otro lado, son perfectamente evitables. Para mi, hace tiempo que acabó la novedad que me ofrecía Facebook y estoy empezando a darle otro valor a la herramienta de la red social por excelencia. Lo que quiero ahora es recuperar un equilibrio interno que dí en su momento por perdido pero que ahora necesito para desarrollarme como persona a otro nivel y sin distracciones que en vez de aportarme, me quiten. Así pues, concluyo expresando que, si bien no cerraré mi Facebook, tampoco me dedicaré a él de tiempo completo porque ni puedo, ni quiero hacerlo. El día solo tiene 24 horas y hay que aprovecharlas para aprender a ser las mejores versiones de nosotros mismos, ¿no lo creen así?