Pues si, hoy que estamos a mitad de este mes de agosto, en México ya se huele en el aire el otoño. La luz está cambiando y ya no es de ese blanco deslumbrante del verano tropical. El otoño ya se anuncia acompañado de ráfagas de viento que mecen a las ramas de los árboles obligándolas a desnudarse y de mañanas que amanecen cada vez más frías. Adoro el otoño, más aun que el relajado verano de otros tiempos. El otoño tiene un «nosequé» mágico que no posee ninguna otra sutil estación debajo de la línea imaginaria del Trópico de Cáncer. Tal vez en México no tenga los mismos cambios dramáticos que suceden muy al norte o muy al sur del planeta pero, el otoño tropical comparte cosas con el otoño que todos conocemos y que se comercializa salvajemente en las ciudades tan alejadas del verdadero movimiento estacional. La luz aun no es del todo dorada pero ya ha bajado su intensidad con respecto a la luz rabiosamente blanca del dislocado verano mexicano. Sigue lloviendo, por supuesto, pero la lluvia ya no mitiga el calor sino que enfría el ambiente hasta el punto de recordar a los días de invierno. Agosto es la puerta del otoño en México, es el mes en que el ambiente y la atmósfera cambian, el mes en donde se preparan las fiestas de septiembre y en donde empiezan a hacerse planes para el final del año. Agosto mismo tiene sabor a cierre de ciclo, a cierre de año, porque iniciando septiembre, los cuatro meses que quedan se van como hilo de media, sin darse uno cuenta, sin apenas sentir. Así le ha sucedido a mi vida desde que vivo en México acuciándose más tras la famosa pandemia que nos cambio la vida a todos. Este es el lugar que ocupa hoy agosto en mi existencia; un lugar que, si soy honesta, no ha cambiado tanto como yo prensaba en un principio. Tal vez, solo tal vez, la diferencia en México es que esta parte del año es la más festiva, a parte de que las lluvias cesan de una buena vez iniciando noviembre, hacia los Días de Muertos, que representan la puerta del cambio estacional que nos lleva hacia los fríos del invierno del altiplano mexicano. Gracias a la magia que se respira en estos meses de otoño puedo recomponer mi maltrecho y anegado ánimo después de la Temporada de Lluvias.
¿Qué planes tengo para esta temporada otoñal?… No, no tengo planes. Dejé de hacerlos durante la pandemia y, para mi, nunca han servido para otra cosa que para frustrarme cuando no consigo concretarlos. Hombre, me planteo y trato de desarrollar ciertos proyectos motivacionales para no sentirme mal con mi vida en general y conmigo misma en particular pero, en mi caso, los planes siempre han terminado convertidos en pendientes, con toda la obligatoriedad del caso y haciéndome sentir así miserable al no poder cumplirlos en los plazos establecidos. Si, termino siempre arrastrando esos pendientes hasta que «algo», casi siempre fuera de mi control, me ayuda a tacharlos de la lista. Años arrastrando pendientes de salud o pendientes administrativos que, en muchos casos, se mimetizan unos con otros. Así que, cuando finalmente logro concretar algo que he tardado años en hacer, siento una sensación inenarrable de liberación y ligereza, una sensación que me obliga a no tirar la toalla con respecto al resto de los pendientes, ya que no hace otra cosa que recordarme que puedo conseguirlo y por ende, puedo logarlo. Así pues, este otoño, que espero sea mejor que el pasado en ese sentido, quiero organizarme lo suficiente como para avanzar en todos los pendientes que tengo. Y, si no en todos, por lo menos en los suficientes para sentir que estoy haciendo algo y que mi vida no es ese desastre que suelo percibir con más frecuencia de lo que en realidad desearía hacerlo. Este otoño ya tengo mi próxima agenda, la del 2024, casi lista. Le faltan muy pocos detalles pero tengo tiempo antes de que el 1o de enero este aquí. Este otoño quisiera poder recuperar el tiempo perdido en cuestiones de trámites administrativos respecto a mi salud. Sé que este pendiente está en veremos porque no depende únicamente de mis ganas, ya de por si problemáticas, sino de empatar mis ganas con las ganas de otros que son los que me dan permiso para que utilice el tiempo que yo les alquilo mientras trabajo para ellos, cosa que este año 2023 aun no logro hacer. Quisiera también coser un poco durante este otoño ya que no creo poder llegar a la meta de acabar con dos proyectos que tengo a medio hacer desde hace mucho tiempo. Y si también me dan permiso aquellos que me tienen que dar permiso, ir al Claustro de Sor Juana a recoger mis papeles de estudiante ya que renuncié a tener un título universitario que no tiene ningún sentido para mí en estos justos instantes. Este último pendiente, que lleva casi una década en el limbo de lo no resuelto, he de concretarlo por un mero principio de orden en mi vida. En realidad, mi carrera de Ciencias Humanas (que si estudié hasta el punto de realizar el servicio social e iniciar el proceso de titulación con una tesis que no concluí por factores que estuvieron más allá de mi control), ha perdido todo el sentido que tenía cuando empecé a estudiarla, un sentido que apenas se sostuvo en su momento pero que hoy, cuarenta años después de haberla iniciado, ya no hay rastro de él por ningún sitio en mi interior. En fin…
Para concluir esta entrada, solo puedo quedarme oteando detrás de la ventana a que, finalmente, llegue el otoño haciendo que el olor y la luz de esta dorada estación coincidan y me avise que ya está aquí una vez más.