No, no voy a hacer una crítica cinematográfica ya que no soy una experta crítica de cine. No pienso hablar aquí de actores, escritores, ni guionistas. Voy a escribir sobre mis impresiones de espectadora tratando, por supuesto, de ingresar «spoilers» -término anglosajón que implica aguarle la fiesta a quien aun no ha ido a verla- para que no se me tilde de inoportuna. Pues bien, después de haber cacareado a los cuatro vientos que iría a ver esta película en enero para hacer un sentido homenaje al inicio de mi propia saga como espectadora, no me pude aguantar y, aprovechando que estoy de vacaciones y era lunes -lo que significa que la entrada costaba menos-, me fuí a verla en la más absoluta de las soledades. Absoluta y disfrutable, confieso. Primera diferencia con lo que viví en aquel enero de 1978: el cine estaba vacío. Si, con cuatro o cinco espectadores diseminados por toda la sala, lo que me hizo sentir bien y mal al mismo tiempo. Tal vez el asunto era que la fuí a ver temprano, hacia las 2 o 3 de la tarde. Lo cierto es que, una vez empezó la proyección se me olvidó todo y me concentré en disfrutar la experiencia. Y sí, como en aquella ocasión lejana, la disfruté y mucho. Puedo decir que se me quitó el mal sabor de boca que me dejaron las presecuelas del propio George Lucas, creador del concepto de Star Wars ya que, volver a ver a Han Solo, Leia, Luke, C3PO, Cheewaca y R2D2, fue suficiente para volver a reconectarme con lo que viví hace casi treinta y ocho años. Por supuesto, el tiempo no pasa en vano y, si se desea brindarle una vida muy, muy larga a la serie, ésta debe de renovarse sin perder su esencia y eso es lo que tratan de hacer los nuevos y jóvenes personajes de Star Wars. La nostalgia me llevó ante la pantalla para volver a ver a los que ví en enero de 1978 -y eché profundamente de menos a mi Obi Wan Kenobi actuado por el simpar Alec Guinness que fue el que me llevó a ver una película que me juré no ver nunca porque, a mis adolescentes dieciséis años, no me gustaba lo que le gustaba a resto de mis contemporáneos- y, al tenerlos frente a mis ojos, fue regresar en mi interior a tener otra vez la edad que tenía entonces. Y en ese momento fue cuando agradecí que la sala estuviera oscura y que no hubiera nadie sentado a mi lado pues poco me faltó para gritar, presa de la emoción, algunos nombres o para ponerme rabiosamente a aplaudir al reconocer objetos, situaciones o lugares icónicos de la saga. No, no me considero una fan del mundo de Star Wars, ni de cualquier otro mundo de ficción que haya conocido a través de las películas o de las series de televisión de mi época de adolescente durante los Setentas del siglo pasado. Hoy por hoy me siguen gustando, es cierto, y lo hacen porque tienen la magia de llevarme de regreso a una época de mi vida que, no por encontrarse lejos en el tiempo, no sigue viviendo en mí por medio de la memoria. Por eso fuí a ver el Episodio VII y juro que no salí defraudada, al contrario, me dejó la curiosidad de querer seguir al pendiente de la saga para ver si, en efecto, se logra estabilizar y potenciar el espíritu que creó George Lucas para su solaz y el de varias generaciones que disfrutamos sus tres primeras películas. Por cierto, si cuando vi aparecer a Harrison Ford y a Carrie Fisher, casi lloró, cuando ví a Mark Hamill caracterizado como un viejo jedi, simplemente caí en un estado de total arrobamiento emocional pues de inmediato pensé: «He aquí la obra de Obi Wan Kenobi. La estafeta ha sido entregada. El bueno de Ben puede descansar en paz».