¿Cómo inicié mi año? Bien, bastante bien. De la mano del siglo XIX, si se me permite la metáfora, y sintiéndome muy a gusto con mi aquí y mi ahora. Hay proyectos tanto personales como laborales. Tal vez no todos lleguen a concretarse, cosa que no me preocupa en lo más mínimo mientras pueda disfrutar los que si logré llevar a cabo, por pocos que estos sean. Para mí, este es un año de ordenamiento interno y eso significa que, tal vez, mi ritmo se vuelva aun más lento –para desesperación de todos aquellos que me conocen, claro-. Este es un año de explicaciones para mí, un año de volver a colocarme enfrente de todo aquello que tengo una imperiosa necesidad de solucionar para que no me siga deteniendo. ¡Un año de limpieza interior, vamos!; así que, si de repente me desaparezco, no se preocupen por mí. La explicación está ahí: en que tengo muchas cosas que hacer por mi misma antes de ponerme en marcha otra vez. Se que la terapia que estoy tomando va a ser el hilo conductor que me lleve a vislumbrar la luz dentro de mi propio laberinto, que me lleve a domesticar a mi minotauro particular en la medida que ello sea posible, claro. Creo que debo reestructurar muchas cosas y siento, a nivel de una percepción intuitiva que, poco a poco, estoy empezando a hacerlo.
Por ejemplo, ayer miércoles, Gaute Yuri Raigorodsky Bellomo, fue el invitado de piedra de mi cita semanal en el “Vips” de San Antonio. Alguna vez tendría que hablar de él, ¿no? Y todo resultó mejor de lo que yo esperaba. Mi terapista me confirmó muchas de las cosas que, en su momento, yo me había barruntado acerca de esa curiosa y peculiar relación que tuve. Es la primera vez que escuché mis propias ideas, mis propias conclusiones en la boca de alguien que no soy yo y eso fue muy satisfactorio. Oír su explicación coincidiendo con mi propia explicación, me provocó una sensación de estar bien, de siempre haber estado bien en mis apreciaciones más íntimas sobre esa situación; lo que, finalmente; me llevó al camino de la reconciliación conmigo misma. Un camino largo y penoso del que ya puedo decir que veo su final. Ayer alguien, sin necesidad de palabras, me dijo que debía dejar de castigarme por no poder rescatar a Gaute de su destino, por no poder cuidarlo y protegerlo como yo quería. Ayer alguien me dijo que no había nada malo conmigo. Que mi error no fue enamorarme de alguien 20 años menor que yo -que además era mi alumno-. Que no había nada malo por haber escogido a alguien mucho más vulnerable que yo y mucho, mucho más confundido que yo. Que reaccioné siempre como la madre o la hermana mayor que, inconscientemente, trató de velar por él, de vivir sus batallas para que nada, ¡ni nadie!, lo dañara o lo lastimara. Que lo deseaba feliz, pero que lo deseaba a mi lado para siempre, para seguir ejerciendo ese control del adulto sobre el niño, ese control que siempre se ha justificado con las palabras: “es por tu propio bien”. Creo que fue bueno hablar sin lágrimas sobre lo que me provocó un torrente casi infinito de ellas en el pasado dando una explicación coherente a mis deseos sobre él. Creo que ayer pude sentir, por vez primera, el inicio de esa liberación interior que he buscado en estos años tan desesperadamente. Creo que ayer entendí al fin por qué lo busco, por qué tengo esa necesidad de saber de él, por qué sigue conmigo a pesar de todo. Ayer me reconcilié con su recuerdo y con todo lo que ese recuerdo significa para mí. Ayer abrí el closet de mis remordimientos para darme cuenta que en él no hay más que fantasmas que no pueden hacerme daño. Ayer pude ver más allá de la niebla y vi lo que finalmente quedó de nuestra historia. No me sentí mal, al contrario, me sentí muy lúcida y muy segura. Me sentí feliz por haber comprendido lo que ayer comprendí: Gaute pertenece a un periodo de mi vida lleno de inseguridades y confusión, si; pero, lleno también de experiencias maravillosas como la de conocer a alguien con quien hice click a niveles que pocas veces había logrado yo con anterioridad. Es reiterativo que abunde en esto, lo sé; pero, lo haré porque lo necesito y porque sé que no es malo lo que intento, ni siquiera para mí.
El Gaute de hoy es un desconocido, alguien que repudio por sus defectos tan evidentes, tan poco controlados y que tanto parecen agredir a mi concepto de vida; pero que, finalmente, son defectos que hablan de su naturaleza humana, esa naturaleza que asume y comparte con el resto de los individuos de su género y de su especie. Gaute es humano, como yo también lo soy y, aunque yo no comparta ya lo que él quiere para si mismo como expresión de su existencia, sigue siendo un ser humano que merece ser respetado y merece, por supuesto, ser querido, cuidado, comprendido –en la medida de lo posible- y ayudado en esta singular batalla que es la vida de cada quien. A mi ya no me toca esa labor, ni esa responsabilidad que tangencialmente fue mía en cierto momento. Y, no tengo porque sufrir su actual desapego hacia mí, si en otra época pude gozar de su amistad, ¿verdad? Dejaré pues de autoflajelarme por los errores cometidos y volveré a ser congruente conmigo misma. Mejor me regodeo en los buenos recuerdos que me dejo y archivo definitivamente los malos momentos que se provocaron por la falta mutua de comprensión y entendimiento.
En otro orden de ideas, y para tratar de dejar un buen sabor de boca al final de este texto, les comentaré que, haciendo un alto en la lectura de “El Evangelio según Jesucristo” del premio nobel portugués Saramago –cortesía de la biblioteca personal de Alejandra Escudero Carillo-, no pude evitar distraerme con el delicioso texto de Eusebio Ruvalcaba: “52 tips para escuchar a Mozart”. Este libro fue publicado en el 2006 dentro del marco de la global celebración del 250 cumpleaños del genio de Salzburgo. Apenas voy en las sugerencias del mes de marzo y puedo añadir que estoy fascinada con la prosa ágil e íntima de Eusebio. No sé, tal vez sea que conozco al autor, o tal vez sea que me encanta Mozart, o tal vez sea…,¡que se yo!, porque al final, todo va junto con pegado. Esta sería la segunda recomendación del año como material de lectura, pues la primera –también cortesía de mi amiga Alejandra- es, sin duda alguna “Malinche” de Laura Esquivel. Si, si, ya se que la señora Esquivel hace literatura de género; pero, es una buena narradora de emociones, después de todo, y “Malinche”, es eso: un breve alegato emocional sobre el mestizaje. Si usted es un lector racional y analítico, absténgase de su lectura. Pero si usted, querido lector, no le tiene miedo a perderse en los “intríngulis” emocionales de una mujer que vivió hace más de 500 años de la mano de otra mujer perteneciente a la más estricta contemporaneidad, que es la que nos narra esta aventura emocional, ¡anímese!, no se arrepentirá del tiempo que invierta en esta singular lectura.