La última vez que decidí teclear por aquí y publicar algo fue cuando llegaba el otoño a mi vida el año pasado. Hoy lo estoy haciendo porque, de nuevo, la luna me regala la alegría de poder darle otro impulso más a mi existencia. Un impulso de cambio, y también espero que de renovación, para poder iniciar otra etapa de mi vida. A principios de diciembre del pasado año solar, me avisaron que me iba que tener que cambiar de domicilio. Ese fue la primera llamada para asumir que el cambio, ese anhelado cambio de vida y de rutinas, estaba llamando finalmente a mi puerta. Pero no por anhelado significa que no me encuentre batallando yo con todo eso que el cambio implica para alguien a quien ponerse en marcha le cuesta mucho más que a cualquier otra persona. Ponerse en marcha y sostener esa marcha, aclaro, porque si la presión dura más allá de mi resistencia, la vida suele tornárseme muy caótica y, por ende, muy poco disfrutable. Por eso, y para poder ejercer cierto control sobre mi misma, decidí que no me iba a presionar desde adentro cuando la situación exterior estaba aumentando considerablemente la presión sobre mí. Así pues, decidí a enfocarme en cada paso que daba y en olvidarme del cambio que se me venía encima de manera inevitable, todo por no sentirme abrumada hasta el punto de la inmovilización. El resultado fue que nada parecía estar sucediendo ni afuera, ni adentro y eso me ha llevado al punto que siempre deseo evitar pero que nunca logro contener: los benditos pensamientos catastrofistas. Enero, el último mes de este calendario lunar, tuvo esa naturaleza densa y bovina muy poco proclive al movimiento. Por más que trataba de moverme, la sensación era la misma que cuando uno quiere librarse de un pozo de arenas movedizas. Así estuve durante todo este último mes hasta que llegó el inicio de esta semana. No voy a decir que la vida, de repente, recuperó su color y su sabor para mí, pero si sentí que algo se desatrancó y empezó a moverse hacía un lugar en específico; en concreto, el lugar que parecía necesitar (no tanto querer y desear como necesitar).
El inicio del año nuevo lunar suele realizarse entre enero y febrero coincidiendo siempre con la luna nueva del signo zodiacal de Acuario en occidente. Es un día que suele marcar la mitad del ciclo entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera. Un día donde diversas culturas del hemisferio norte de nuestro planeta han celebrado fiestas importantes que tienen que ver con el anuncio de la llegada de otra estación, en este caso de la floración de la primavera y del buen tiempo. Así, en oriente, el festival que arranca con la llegada del año nuevo lunar, se le denomina: «Festival de Primavera» aunque, en realidad, el clima siga siendo frío, a veces siga nevando y solo unos pocos árboles se atrevan a echar unas cuantas flores pálidas. Sin embargo, esas señales son lo suficientemente fuertes como para que la gente que habita en estos lugares, absolutamente invernales, se sientan arropados por la esperanza del cambio de clima de la siguiente temporada. Y quien dice cambio de clima, dice también de cambio de circunstancias y de propósitos, ¿por qué no? Así pues, para mí, estas fechas tienen un sabor muy marcado a cambio, intento de cambio o deseo del mismo mientras elucubras que hacer para conseguir eso que quieres. Febrero, a pesar de su brevedad, es un mes para pensar en la proximidad del buen tiempo y en lo que el buen tiempo te provoca imaginar. Aun no hablamos de los calores tórridos del verano y de esa tendencia a no hacer nada o hacer menos de lo que solemos hacer en otros momentos del años, hablamos de ese: «ni frío, ni calor» que es tan propio de la primavera. Claro, la secuencia de las cuatro estaciones se altera debajo de la línea del trópico y, como no suelo cansarme de repetir, aquí en el altiplano mexicano, al frío seco del invierno le sigue el calor seco del verano tropical que empieza cuando en otras partes apenas le están dando la bienvenida a esa primavera «sui generis» provocada por el cambio climático. Pero, me estoy adelantando. Hoy que apenas comenzamos este mes chiquitito que se llama febrero por estos lares en los que vivo, he empezado a sentir que el año se despereza al fin. Que al fin se empieza a mover y que no tardará en agarrar un ritmo entre el trote y el galope que nos mantendrá muy ocupados con nuestras cosas.
Y bueno, quien piense que lo que acabo de escribir nos librará de sustos y trompicones, está muy equivocado pues la naturaleza del año que apenas comienza a arrancar es tal que, una vez que agarre su ritmo, no nos dejará ya descansar sin que eso hable de buenos o malos resultados, sino de algo diferente: acción y cambios. En un año como éste la mayoría de nosotros estaremos oteando el futuro mientras tratamos de intuir por donde nos llega el golpe; así pues, no nos sentiremos proclives a descansar por aquello de : «camarón que se duerme, se lo lleva la corriente» cuando lo que queremos (y creemos necesitar) es estar alerta para aprovechar las muchas o pocas oportunidades que podamos detectar a nuestro alrededor. Los avispados y entrenados en estas lides de vivir «tiempos interesantes» serán como los pescadores inmersos en un gran río revuelto. Los demás navegarán dificultosamente en un río lleno de rápidos y remolinos que los golpearán, si, pero sin duda los enseñarán a sobrevivir en medio de la lucha. Un año pues para echar mano de la poca o mucha fortaleza interna que tengamos y, junto con la fortaleza, no clavarnos en la textura de la dificultad. Personalmente, me preparo para cambios y sorpresas de toda índole tratando de echar mano de cierta flexibilidad, paciencia y calma para poder revirar cuando sea necesario o, simplemente, dejar pasar las cosas con las que no debiera enredarme. Será un año de revisar, revalorar y rehacer, un año que no me dará tregua a la hora de obligarme a concretar, si no todo, si parte de lo que he venido deseando desde hace mucho. Un año felino lleno de acción y poco descanso para contrarrestar el año bovino y denso que acaba de concluir. ¿Será un mal año?, no lo creo, más bien creo que dependará de cada quien hacerlo bueno o malo según nuestras acciones y las decisiones que tomemos durante él.